"La Noche de la Señal"
(Otoño de 1977, Octubre, Elderbrook)
La ciudad costera de Elderbrook nunca fue famosa por nada, ni por su mar ni por sus paisajes. De hecho, nadie pensaba mucho en ella, pero cuando algo extraño comenzó a suceder, los pocos habitantes que quedaban no supieron cómo explicarlo. La ciudad estaba situada al norte de California, justo en la frontera con Oregón, donde el océano Pacífico azotaba la costa rocosa. La niebla era una constante, y el viento cortante arrastraba la salitre de las olas hasta las casas, creando una atmósfera siempre sombría. Nadie esperaba que ese remoto y silencioso lugar fuera el epicentro de algo que cambiaría todo.
Hubo historias, rumores… todos decían que algo estaba mal, que la estación de radio 23, que había sido cerrada hacía años, albergaba algo más que solo polvo y abandono.
Yo fui uno de esos curiosos.
Mi nombre es Jonás, y decidí ir a investigar. Nadie quería hacerlo. Nadie que hubiera hablado con alguien que había ido. Pero cuando un amigo me mostró unos antiguos documentos de la estación, mi curiosidad me superó. Esos papeles contenían algo que me heló la sangre: un informe anónimo, un último mensaje de la estación antes de su cierre. Decía que algo había llegado. Algo de fuera de este mundo. Nadie más había hablado de ello, y si lo hacían, desaparecían.
Así que, esa noche, decidí ir con mi cámara, mi grabadora y mi equipo de grabación para documentarlo todo. Mi plan era claro: grabar y sacar fotos, algo que probara lo que realmente sucedió. Me burlaba de las historias. Pensaba que todo era una leyenda urbana. Y fue el peor error de mi vida.
Era el 19 de octubre de 1977. La estación de radio 23 se encontraba en la periferia de Elderbrook, en una colina aislada. Desde allí se podía ver el océano, pero la niebla era tan espesa esa noche que el mar parecía una masa oscura y silenciosa. La ciudad, a sus pies, se encontraba en completo silencio, sumida en un extraño ambiente de abandono. Casi todos los residentes de Elderbrook habían dejado la ciudad debido a la creciente preocupación por las desapariciones. El resto de la gente era escasa, pero nadie se atrevía a acercarse a la estación.
La estación de radio 23 se veía más desolada de lo que imaginaba. La puerta de hierro estaba rota, colgando de una bisagra oxidada. La descomposición del edificio era evidente: las paredes rotas, los vidrios quebrados, la estructura misma parecía ser una carcasa vacía, lista para ser arrastrada por el viento.
El interior estaba más inquietante aún: polvo acumulado, cables colgando, una vieja radio en el centro de la habitación, intacta. Nada parecía haber sido tocado en años. La humedad del aire parecía abrazar todo lo que tocaba.
Al principio, el equipo grababa sin problemas. La cámara capturaba imágenes borrosas, y la grabadora parecía funcionar de manera normal. Pero entonces, algo extraño sucedió. Un crujido bajo, como si algo se hubiera movido en lo profundo de la estación, hizo que me detuviera.
"¿Escucharon eso?" Susurré a mis amigos. No respondieron. La atmósfera había cambiado. Como si el aire mismo se hubiera vuelto más espeso, más difícil de respirar.
Decidí acercarme a la radio antigua. Giré el dial, buscando cualquier señal, cualquier ruido. Un susurro empezó a filtrarse por los altavoces, apenas perceptible.
"No debieron venir."
Me congelé. No estaba seguro de si había escuchado bien, pero la voz… era extraña. Como si viniera de algún lugar distante, de algún lugar fuera de este mundo. La grabadora captaba todo, pero mi corazón comenzó a latir desbocado.
Miré a mis amigos. Nadie se movió.
"¿De qué están hablando?" murmuró Carlos, uno de los más escépticos. Pero sus palabras quedaron atrapadas en el aire, congeladas por lo que sucedió a continuación.
La radio emitió un sonido agudo, como un latigazo que hizo que la piel se me erizara. Una distorsión profunda comenzó a llenarlo todo, un zumbido que era tan fuerte que el sonido hizo que todo pareciera estar retorciéndose. Las paredes se desdibujaban.
"¡Aléjate de la radio!", grité.
Pero ya era demasiado tarde.
En la oscuridad, algo comenzó a moverse. No vi a nadie entrar. No vi ni una sombra. Pero la sensación de presencia era inconfundible. Algo deforme, como una niebla espesa, comenzó a surgir lentamente desde las grietas de las paredes. La distorsión en la radio aumentaba, y una voz… más distorsionada que antes, surgió en los altavoces:
"Nosotros… Ya… los… Encontramos…"
Era casi inaudible, como si se estuviera desintegrando, pero los latigazos de sonido cortaban el aire. Cada palabra estaba llena de un dolor profundo. Un eco que retumbaba en las cavidades de la estación, distorsionando mi cerebro, haciéndome perder la noción del espacio.
La temperatura cayó drásticamente. Podía ver mi respiración. El miedo era tan palpable que mis manos temblaban al sujetar la cámara.
Y luego, pasó lo impensable.
De la radio surgió un rugido tan fuerte que todos gritamos. Un sonido que no era ni humano ni animal. Era el sonido de algo que no debería existir. Mi corazón comenzó a latir con tanta fuerza que sentí como si fuera a explotar. Me estaba volviendo loco.
En ese instante, algo se deslizó hacia mí desde la esquina más oscura de la habitación. Un brazo, al principio apenas visible, se extendió hacia mi rostro, cubriéndome con una sombra densa y viscosa. Intenté gritar, pero mi garganta estaba cerrada. Sentí como si algo invisible estuviera aplastándome. Mi cuerpo no respondía.
"¡No!", grité en mi mente.
En un parpadeo, la cámara cayó de mis manos. Cuando la recogí, todo había cambiado.
Carlos, Marta, Ana, todos habían desaparecido. No quedaba nada. Solo yo, atrapado en una oscuridad espesa, sintiendo la presencia de algo que no podía ver, pero que estaba en todas partes.
La radio seguía sonando, más fuerte que nunca, pero esta vez… las voces eran tan distorsionadas que ya no podía entenderlas. Eran un rugido horrible, como una multitud atrapada en una pesadilla infinita.
"Nos… encontraste…" El sonido rasgó mi mente, como si el aire mismo estuviera ardiendo.
Los pasos en el fondo de la estación empezaron a acercarse. Me volví para correr, pero me detuve. Frente a mí, una figura oscura y líquida se erguía, sus ojos brillando con un rojo enfermo. Se acercaba, y mi cuerpo ya no respondía.
"Ya… los… tenemos…"
La voz era distorsionada, transformada en algo inhumano. Era como si el sonido de su presencia estuviera devorando el espacio mismo. Y con un último grito, todo se apagó.
Cuando desperté, estaba fuera. ¿Cómo? No lo sé. Nadie me creyó. La estación de radio 23 estaba vacía, abandonada nuevamente. La policía dijo que no encontraron nada… pero yo sé lo que vi. Sé lo que sucedió.
Y cuando llegué a casa, mi grabadora aún tenía la grabación de aquella noche.
Pero la distorsión… las voces…
Aún siguen allí. Escuchándome.
Fin.
